viernes, 20 de febrero de 2009

Aquel ángel



Maximiliano Basilio Cladakis

Ante mis ojos una virgen se eleva con excelsa beatitud. Firme e impasible, verla me hace detener frente a una escena que siempre intento evitar pero que hoy me cautiva hipnóticamente.

La joven alzase, majestuosa, por encima de una enardecida multitud y puedo jurar que nunca vi tanta belleza reunida en un ser como la que su visión ofrece ahora. Tanta es que ni los harapos que viste ni las sangrantes heridas grabadas sobre su piel pueden opacarla en lo más mínimo. Sin embargo no es esto lo que más me fascina en esta doncella condenada, sino la dignidad con que sobrelleva su funesta situación. Escupida e injuriada, acribillada por torrentes de piedras y frutas podridas, mantiene la frente alta en un acto de estoicismo que incluso el más estoico de los estoicos envidiaría.

Su mirada recorre los rostros de la multitud que la rodea. Lo hace con indiferencia, con apatía, restándole importancia a esos seres colmados de odio y resentimiento. Hasta que se encuentra con la mía y en ese instante nuestras almas se unen en una extraña congregación.

Mágicamente me veo en ella y ella así se ve en mí. Nuestras vidas, nuestras historias y tragedias, son las mismas. Yo soy ella, ella es yo. Ambos somos herejes en un mundo enfermo, lo comprendemos al observarnos y al oír los rugidos de la piara sedienta de sangre. Instantáneamente un súbito furor se apodera de mi espíritu y tomo la desición de liberarla o al menos morir a su lado intentándolo. Pienso que, quizá con algo de suerte, sea capaz de llegar a rozar sus pies o sus manos, sentir aunque sea por unos segundos la calidez de su piel. Pero ella se da cuenta y me ruega sin palabras que no lo haga pues necesita que alguien la recuerde. No sin esfuerzo depongo mi deseo mientras continuo observándola, uniéndome a ella en cada segundo, convirtiéndonos en una misma alma
habitando cuerpos separados.

Finalmente nuestra profana unión se quiebra al ser su delicado cuerpo devorado por las llamas. La masa ríe de manera grotesca deleitándose con el sufrimiento de ese ser tan superior a ellos, de aquel ángel que expira sin queja ni súplica alguna. Lleno de asco, odio y dolor, me voy para dejar atrás, de una vez por todas a una humanidad baja y miserable que no vale absolutamente nada.

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